Extracto del artículo del título del post, de Francesc Lorens Cerdá en su blog The Hybrid Thinkin
¿Por qué considero la tecnología como una “verdad incómoda”? Decía Bertrand Russell que las definiciones, en un discurso filosófico, deben venir al final y no al principio. Así pues, creo que la idea de inyectar valores y actitudes en el uso de la tecnología es incómoda para aquellos agentes sociales que quieren reinvertir a toda costa un modelo reticular descentralizado y diseminado de relaciones, como el que propone hoy el medio digital, en una economía simple de inversión-beneficio.
Esto es patente en diferentes niveles: desde los que se resisten a investigar nuevos modelos de negocio para sus actividades económicas, apegados a sus privilegios monopolistas (¿les suenan las editoriales? ¿la música y el cine? ¿las defensas cerradas de los derechos de propiedad?) hasta quienes se empeñan en definir lo que es creativamente legítimo y lo que no, y, en dicha operación, quiénes son creadores legítimos de cultura y quiénes son sólo (meros y paganos) consumidores de cultura. Ello también incluye a los estados, para quienes la posibilidad de que la información viaje de modo libre y transparente a lo largo del globo, y en tiempo real, supone la mayor amenaza histórica a su legitimidad, al evidenciar la ilegalidad y mezquindad de muchas de sus prácticas.
* Licenciado con Grado en Filosofía y Ciencias de la Educación (sección Filosofía) por la Universidad de Valencia (UV)
* Profesor-consultor de “Fundamentos de diseño tecnopedagógico del e-Learning” en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)
* Profesor del Máster “Educación y Tecnologías de la Información y la Comunicación” en la Universidad de Alicante (UA)
* Profesor de Filosofía en el IES Dr. Lluís Simarro, Xàtiva (Valencia)
¿Por qué considero la tecnología como una “verdad incómoda”? Decía Bertrand Russell que las definiciones, en un discurso filosófico, deben venir al final y no al principio. Así pues, creo que la idea de inyectar valores y actitudes en el uso de la tecnología es incómoda para aquellos agentes sociales que quieren reinvertir a toda costa un modelo reticular descentralizado y diseminado de relaciones, como el que propone hoy el medio digital, en una economía simple de inversión-beneficio.
Esto es patente en diferentes niveles: desde los que se resisten a investigar nuevos modelos de negocio para sus actividades económicas, apegados a sus privilegios monopolistas (¿les suenan las editoriales? ¿la música y el cine? ¿las defensas cerradas de los derechos de propiedad?) hasta quienes se empeñan en definir lo que es creativamente legítimo y lo que no, y, en dicha operación, quiénes son creadores legítimos de cultura y quiénes son sólo (meros y paganos) consumidores de cultura. Ello también incluye a los estados, para quienes la posibilidad de que la información viaje de modo libre y transparente a lo largo del globo, y en tiempo real, supone la mayor amenaza histórica a su legitimidad, al evidenciar la ilegalidad y mezquindad de muchas de sus prácticas.
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